Comúnmente se tiene la idea que el filósofo es aquel que divaga en cuestiones abstractas, desconectadas de la vida cotidiana con un discurso que no se refiere a los intereses de la mayoría. El científico, por el contrario, se le atribuye la imagen de un investigador encerrado en su laboratorio preocupado por los problemas prácticos, imbuido en la elaboración de un saber práctico y útil. No obstante podemos preguntarnos:

Generalmente se tiene la idea que el filósofo divaga en ideas no muy concretas. “Voyageur contemplant une mer de nuages” de Caspar David Friedrich- 1818
Generalmente se tiene la idea que el filósofo divaga en ideas no muy concretas. “Voyageur contemplant une mer de nuages” de Caspar David Friedrich- 1818

¿Hasta qué punto el conocimiento filosófico no es práctico, es decir sin uso alguno y cómo el conocimiento científico está cerca de las expectativas prácticas? ¿Cuáles son objetivamente las diferencias entre la filosofía y la ciencia?

Con los griegos la filosofía sostiene todos los saberes: matemática, astronomía, geometría son ejemplos de conocimientos que surgirán juntamente con el cuestionamiento filosófico. En la edad Media la filosofía se vuelve un instrumento de la teología, es decir que, el conocimiento se restringía a los monasterios, ciencia es el conocimiento inspirado o de origen divino. En la modernidad, filosofía y ciencia siguen caminos diferentes determinados por una metodología propia. El método determina la diferencia de abordaje de los problemas en cada área y la lógica es el instrumento común entre la ciencia y la filosofía.

La filosofía se caracteriza por ser un discurso racional, es decir, teórico- reflexivo, su método está destinado a explicar la relación entre lo particular y lo universal con el fin de conceptualizar y ampliar la comprensión del hombre en el mundo.

Según Vásquez (1968), el sentido común es un conocimiento práctico, utilitario, sin o casi sin ninguna teoría, es parte integrante de la llamada cultura popular. El sentido común aparece como una fuerza de resistencia de las clases bajas, o de aquellos que no tienen acceso a los medios tecnológicos del momento. En este sentido podemos preguntarnos, haciendo un análisis de cómo el conocimiento científico alcanza sus objetivos, llegando a los principales interesados que son personas comunes y corrientes, los ciudadanos. ¿La ciencia y sus subproductos llegan a todos? ¿Había algo en el sentido común, en su forma de percibir el mundo que se correlaciona con el conocimiento científico?

 

Para Antonio Gramsci[1]: “(…) no existe un único sentido común, ya que es un producto del devenir histórico.” El sentido común y la religión “(…) no pueden constituir un orden intelectual porque no pueden reducirse a unidad y coherencia ni siquiera en la conciencia individual”. El sentido común, aunque implícitamente, “emplea el principio de causalidad”, “en una serie de juicios, identifica la causa exacta, simple e inmediata, no dejándose desviar por las fantasmagorías y oscuridades metafísicas, pseudocientíficas, etc.” de ahí la utilidad de lo que se llama “buen sentido”.

 

 

Con el nacimiento de la filosofía, los griegos estaban rompiendo poco a poco con mito y la religión. Del mismo modo el pensamiento científico quiere romper con el sentido común. Así, mientras que la primera ruptura es esencial para constituir la ciencia, la segunda debe transformar el sentido común en un conocimiento que llega a todas las clases, depurándolas de sus pre-conceptos y prejuicios. Con esta doble transformación, lo que se espera es un sentido común esclarecido y una ciencia coherente con las realidades sociales, un conocimiento práctico que da sentido y dirección a la existencia  y se aferra a la sabiduría para encontrar el bien común. Después de romper con el sentido común, la ciencia debe transformarse en un nuevo y mejorado el sentido común, combinando así la practicidad del sentido común con el método y el rigor típico de la ciencia y la filosofía.

 

 


[1] Cf. Gramsci, A. (1991). Concepção Dialética da História. Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, pág. 16- La traducción es nuestra.

 

 

 

 Prof. Lic. Claudio Andrés Godoy